¿Qué es lo que más se opone a la vida? El sentimiento de culpa. La culpa se opone al progreso porque siempre radica en el pasado. Por eso, hoy te invito a que tengamos una mirada sistémica sobre la culpa.

Pero para poder llegar al final del asunto, tenemos que empezar por el principio.

 

Pertenecer o Morir

La principal meta humana, la que prima sobre todas las demás, es la supervivencia. Cada deseo humano busca asegurar la supervivencia personal y la de los grupos con los que uno se identifica, como la familia, los seres queridos y el país.

Desde las épocas más primitivas cuando vivíamos en clanes en las cavernas, los seres humanos necesitábamos pertenecer a un grupo para poder sobrevivir. Pertenecer era igual a sobrevivir, perder la pertenencia, es decir ser expulsado del grupo o ser excluido, era igual a morir. Si eras expulsado del clan no durarías ni unos días, con las inclemencias del tiempo, sin fuego, sin abrigo, sin comida; era prácticamente imposible sobrevivir solos.

Esa es una memoria grabada en la evolución del cerebro, por ello para nosotros pertenecer, ser recibidos, ser aceptados, formar parte, es lo más importante aún hoy en día que las condiciones son diferentes, seguimos sintiendo la necesidad profunda de pertenecer a nuestro clan, y dejar de pertenecer genera sensaciones o emociones como de muerte.

 

El Éxito de la Supervivencia

Los científicos calculan que detrás de cada uno de nosotros hay 7500 generaciones de personas, de ancestros que una y otra vez por milenios, le han apuntado a la supervivencia de una forma adecuada, de lo contrario no estaríamos aquí, es decir, lo han hecho bien porque hemos sobrevivido, incluso hasta tu descendencia, si es que ya tienes hijos.

Sin embargo, hay muchas líneas de generaciones que pararon, que se suspendieron, es decir sistemas familiares que no sobrevivieron, por lo tanto, la línea nuestra es exitosa porque aquí estamos y aquí seguimos.

Con esto en mente, piensa en los vínculos de lealtad que puede establecer una persona, hacia la forma en que lo han hecho los ancestros por cientos de generaciones para poder sobrevivir.

Esta comprensión llevó a Bert Hellinger padre del modelo Constelaciones Familiares a describir de manera novedosa la conciencia. Se apartó de la idea moral de que la conciencia fuera esa voz interna que nos dice lo que está bien o está mal, y se dio cuenta de que la conciencia sólo nos dice lo que tenemos que hacer para pertenecer a un grupo, por ejemplo, para pertenecer a mi sistema familiar, y también nos dice lo que no debemos hacer para no ser excluidos o castigados.

Así, pues, en un sentido más amplio la conciencia te habla de la corrección de un comportamiento sólo en función de la necesidad y la posibilidad de pertenecer al grupo correspondiente.

En otras palabras y redundando, con relación a la pertenencia a un grupo, tenemos la conciencia limpia cuando hacemos algo que nos permite pertenecer y estar cerca de los otros, sentirnos cobijados por ellos y ser respetados como iguales y sentimos cargo de conciencia cuando nos comportamos de manera que seamos excluidos o incluso despreciados, cuando perdemos la cercanía o la seguridad del grupo o cuando se nos amenaza con ello.

 

La Culpa y el Miedo

Esa posibilidad de ser excluidos o castigados por apartarnos de los lineamientos del grupo nos produce miedo, un miedo que se constituye en un mecanismo regulador de la conciencia, una forma particular de miedo que llamamos culpa.

Desde el punto de vista de nuestro sistema familiar, cuando lo hacemos diferente o intentamos hacerlo diferente a los ancestros nos sentimos culpables y cuando lo hacemos conforme a la manera en la que ellos lo han hecho, nos sentimos inocentes, es así de simple.

La culpa, siempre está asociada a una sensación de injusticia y castigo potencial, sea real o sea producto de la fantasía. Adquirimos ese mecanismo mediante un entrenamiento cultural, igual por ejemplo al del pudor y la vergüenza, y esos mecanismos funcionan como controles instalados en el inconsciente de cada persona en forma de un sistema moral que coacciona, impone, castiga y le impide a cada uno enfrentarse con el desafío de la libertad y la lealtad a uno mismo.

 

La Culpa Escondida en el Día a Día

Un ejemplo cotidiano de ese entrenamiento se manifiesta cuando cruzamos la calle, ¿por qué miramos a ambos lados para ver si viene un carro? Porque cuando éramos niños, nos dijeron que era “malo, peligroso” cruzar la calle. Es un comportamiento aprendido que, supuestamente, tiene un valor práctico: impedir un error mayor o la repetición de uno anterior, pero si observamos atentamente este comportamiento aprendido, nos damos cuenta de que nos mantiene en el pasado.

Los comportamientos aprendidos, de un modo u otro, nuestros apegos al ayer, nuestras lealtades al pasado, y si nuestros comportamientos y nuestras relaciones son repeticiones del ayer, en lugar de evolucionar nos estancamos, en lugar de generar dicha en nuestra vida sembramos infelicidad, en lugar de hacernos libres nos amparamos en la disciplina y la moral, en lugar de crecer en autonomía nos volvemos dependientes.

La culpa siempre se basa en un hecho, en un comportamiento, en una situación del pasado y por eso 99% de la culpa no tiene nada que ver con la realidad. Hagamos lo que hagamos, nos sentimos culpables.

Todo el tiempo, una parte de nuestra mente nos dice que deberíamos estar haciendo otra cosa, o que lo que estamos haciendo deberíamos hacerlo mejor. Deberíamos obtener una mejor nota, no la que sacamos, aunque sea buena. Deberíamos leer un libro en lugar de ver la televisión, porque en alguna parte en el pasado nos enseñaron que era mejor leer un libro que ver televisión. Deberíamos hacer mejor el amor. Cocinar mejor. Correr más rápido. Crecer más. Ser más fuertes, más inteligentes, más educados. En este contexto lo único que tenemos en el presente es la culpa del momento y esa culpa sustituye nuestra realidad.

 

¿Qué Hacemos con la Culpa?

Tratamos de escapar de la culpa volviéndola inconsciente, suprimiéndola, reprimiéndola, proyectándola en los demás o escapando.

La supresión y la represión son las formas más comunes de tapar los sentimientos desagradables y dejarlos a un lado. Elegimos qué suprimir o reprimir de acuerdo con los programas conscientes o inconscientes instalados por la sociedad y la familia que nos llevan a sentir tanta culpa que ni siquiera podemos afrontarla, por eso apenas amenaza con emerger la lanzamos al inconsciente negándola y proyectándola.

Mediante la proyección negamos la culpa en nosotros y, para no sentirla, la proyectamos sobre el mundo y los que nos rodean, es como si tuviéramos una sensación inconsciente de que eso les pertenece a ellos, entonces ellos se convierten en el enemigo y la mente busca y encuentra justificación para reforzar esa proyección.

De esa manera la culpabilidad se sitúa en las personas, los lugares, las instituciones, los alimentos, las condiciones climáticas, los acontecimientos astrológicos, las condiciones sociales, el destino, Dios, la suerte, el diablo, los extranjeros, los grupos étnicos, los rivales políticos y todo lo imaginable fuera de nosotros mismos.

Se les echa la culpa a los acontecimientos o a otras personas por “causar ese sentimiento de culpa en mi” y me veo a mi mismo como la víctima inocente e indefensa de causas externas. “Ellos me hicieron enojar”. “Él me hizo daño”. “Eso me asustó”. “Los acontecimientos del mundo son la causa de mi ansiedad”. “El me hizo sentir mal”. “El me cerró”. “Él se lo buscó”.

 

La Culpa y el Juicio

La proyección de la culpa es el principal mecanismo utilizado en el mundo de hoy, es responsable de todas las guerras, los disturbios y los desórdenes civiles. El mecanismo de proyección siempre está presente en los ataques, la violencia y la agresión, porque si volcamos nuestra culpa en los demás, ellos lo experimentan como un ataque y eso causa en nosotros miedo al castigo y a las represalias.

De ese temor surge el deseo de esquivar, de devolver el golpe y atacar primero como defensa, surge la necesidad de culpar al otro por causar ese miedo.

Cualquier concepto o deseo de castigar significa que estamos proyectando la responsabilidad de la culpa sobre otro, y ello refuerza la idea de que está justificado culpar porque la idea de culpa da lugar a la creencia de que algunas personas pueden condenar a otras.

Si no nos sintiéramos culpables no podríamos atacar, el ataque es un juicio que una mente hace contra otra merecedora de castigo.

Escuchamos esto y podemos pensar… “bueno, pero yo no ataco nadie….”

Allí surge la negación y la proyectamos como un juicio, una crítica, algo que juzgamos que el otro debe cambiar, debe hacer distinto, debería hacer y si no obra como creemos lo hacemos merecedor de un castigo, lo culpamos.

Por eso todo juicio es un ataque.

 

La Culpa y la Inocencia

La culpa es una negación de nuestra inocencia intrínseca. Cuando hablamos de inocencia intrínseca nos referimos a la inocencia de nuestro ser, de lo que realmente somos, la inocencia de nuestro espíritu.

Es probable que al examinarnos a nosotros mismos y juzgar honestamente nuestras acciones, sintamos la tentación de preguntarnos cómo es posible que podamos estar libres de culpa, cómo es posible que seamos inocentes.

Para responder esto tengamos en cuenta que aquello por lo que nos sentimos culpables sucedió en el pasado y el pasado no existe, ya no está, por lo tanto, sólo mediante la culpa podemos seguir aferrados al pasado.

La culpa, entonces, es una forma de conservar en nuestra mente dos cosas que no existen: el pasado y el futuro porque, si se yerra en el pasado se teme el castigo en el futuro, en otras palabras, pasamos del pasado al futuro ignorando la realidad del presente.

Al aceptar que estás libre de culpa, o sea, al aceptar tu inocencia, te das cuenta de que el pasado nunca existió y, por lo tanto, de que el castigo futuro es innecesario y de que nunca tendrá lugar. La noción de pagar por nuestras culpas del pasado en el futuro hace que el pasado se vuelva el factor determinante del futuro, convirtiéndolos así en un continuo sin la intervención del presente.

Fue precisamente por nuestra inocencia que, a medida que crecimos, confiamos en que lo que los demás nos decían era verdad e, incluso hoy, todavía confiamos en que los demás nos dicen la verdad y, de hecho, si miramos en lo más profundo de nosotros mismos, es nuestra inocencia la razón de que nos creamos culpables.

 

Programados para Sentir Culpa

En nuestra inocencia de recién nacidos, fuimos programados como computadores y la culpa es uno de los programas. El programa funciona como una respuesta aprendida que tiene un propósito relacionado con lograr un efecto sobre la otra persona, influir en ella y así alcanzar nuestros objetivos internos.

Es algo así como la idea de que si hacemos sentir culpable al otro logramos que cambie o que haga lo que nosotros queremos, pero si lo logramos, internamente sabemos que fue gracias a una manipulación a un ataque, a una crítica, a un juicio, por tanto, nos sentimos culpables, sentimos que merecemos un castigo por eso, y entonces si no recibimos del mundo exterior el castigo que imaginamos que merecemos por nuestra culpa, esta se expresa como un autocastigo emocional.

En este sentido, el propósito de la culpa, es poder escapar del castigo mediante el autocastigo y suscitar el perdón No se trata de un deseo consciente, la culpa se encuentra en tu mente y tu mente se ha condenado a sí misma.

Por eso reprimir o suprimir la culpa no la resuelve. La culpa reaparece en forma de autocastigo a través de accidentes, mala suerte, pérdida del puesto de trabajo o de la relaciones, trastornos físicos y enfermedades, cansancio, agotamiento.

A ese autocastigo, que es un intento de alivio de la culpa, lo llamamos expiación.

 

La Expiación de la Culpa

Expiar significa que yo también me ocasiono un dolor similar al dolor que le causé al otro y siempre se manifiesta como una renuncia, por ejemplo, a un beneficio, a un amor, a un reconocimiento y, como ya dijimos también, a la salud e inclusive a la vida.

La expiación se siente como un alivio. Aparentemente logra la compensación proporcional al daño causado cuando se trata de una culpa personal, cuando hicimos algo a otros que les causó daño y cuando cometimos una injusticia para con ellos, como por ejemplo cuando aprovechamos su dependencia para causarles un detrimento.

También cuando ese daño ha sido causado a otros por nuestros ancestros y creemos inconscientemente que tenemos que pagar por ellos , o cuando desde nuestros conceptos acerca de lo que está bien y lo que está mal sentimos que traicionamos los mandatos de nuestros ancestros y nuestro sistema familiar, por no acatar conceptos mágicos acerca de lo que sirve y de lo que perjudica, o no acatar ciertos mandatos y rituales que según ellos garantizan la vida, sobre todo la vida después de la muerte, por ejemplo la idea, aún hoy muy difundida en el cristianismo, de que Dios quiere sacrificios.

 

La Búsqueda de la Justicia

También nosotros recibimos el peso de la culpa de otros cuando nos causan un daño o una injusticia. A menudo también buscamos una compensación a través de lo que llamamos “hacer justicia”. Es decir, queremos que también los otros sufran algún perjuicio que compense la injusticia. Queremos que expíen.

Cuando a causa del dolor y el sufrimiento la familia ha excluido a alguien, por ejemplo a alguien que despoja de un bien, que se queda con tierras o propiedades de otros, en las generaciones posteriores surgen identificaciones con las víctimas excluidas o con los agresores a través de dolencias: hijos y nietos pueden recordar los sufrimientos de las víctimas o pueden asumir para representarlos la culpa de los perpetradores y expiar o pagar por ellos, por ejemplo manteniéndose endeudados en el presente.

 

La Culpa y la Salud

La enfermedad también puede manifestar la necesidad de pagar o expiar una culpa. En lo profundo del alma hay como un afán transgeneracional de lograr equidad y de compensar esas culpas. Por eso en algunas enfermedades crónicas, el paciente obedece inconscientemente a esa necesidad ya sea para expiar o para liberarse de sensaciones de culpa, por una culpa verdadera o supuesta.

La culpa negada y no reconocida afecta la salud de integrantes de distintas generaciones del sistema familiar, de manera que muchas enfermedades y síntomas de los descendientes están relacionados como ya dijimos con haber negado en el pasado el dolor o el sufrimiento de víctimas, o con no haber asumido la responsabilidad de perpetradores.

También a veces se siente como culpa algo que, en realidad, forma parte del destino como, por ejemplo, la muerte de la madre en el parto del hijo. En situaciones como esta o similares, la culpa no permite que sea fácil la vida y la felicidad ante los muertos o ante el destino difícil de esos miembros de la familia.

Así, a veces, algunos pacientes encuentran una felicidad secreta en la desgracia, el fracaso, el dolor y el sufrimiento que les producen sus enfermedades.

De esta necesidad de compensación en el destino también da buena fe la sensación de culpa que experimentan quienes sobrevivieron a una guerra, a catástrofes naturales o accidentes por haber quedado vivos mientras otros murieron, o porque consideran que no hicieron lo suficiente para poderlos salvar.

Las consecuencias emocionales y las consecuencias psicosomáticas de este “síndrome de supervivencia” (depresiones, angustia, trastornos de concentración y de memoria, dolores de cabeza crónicos, insomnio, etc.) son muy conocidas en medicina.

Pero, de otra parte, no hay mucha conciencia respecto a los vínculos de destino que se dan entre generaciones, es decir en cómo influye en los cuadros de enfermedad o en los trastornos que se dan en la generación de los hijos o los nietos por el hecho de excluir los acontecimientos traumáticos y a las personas que fallecieron o que resultaron afectadas por los mismos, como sucede, por ejemplo, en el caso de suicidios o asesinatos.

 

Conclusiones

Por todo lo anterior, desde la mirada sistémica, afirmamos que la culpa representa la muerte, tal como el amor representa la vida y aprendemos que, al liberarnos de la culpa, reconocemos en nosotros y en los demás nuestra inocencia innata, reconocemos que cometemos errores que pueden ser enmendados, mas no pecados que nos condenan. Reconocemos el poder de vernos a todos y a todo libre de culpa. Eso es lo que enseña desde la sabiduría la frase “Mi salvación, salva el Mundo”.

Por: Maria Lylliam Paeres
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