¿Te has preguntado alguna vez cuál es el origen de las relaciones adversarias entre hombres y mujeres? Porque a lo largo de miles de años de historia humana, las mujeres hemos dependido de los hombres para sobrevivir. Su fuerza física, necesaria para cazar, defender y construir, ha sido una ventaja que nosotras no hemos tenido en igual medida. Entonces, ¿por qué rivalizar

Puede que algunas veces, por series de televisión o películas, creamos que las mujeres pueden dominar a hombres grandes y musculosos con unos simples movimientos. Sin embargo, en la vida real, esto es más la excepción que la regla. Por ejemplo: en los juegos olímpicos y la mayoría de las competiciones deportivas, hay una separación entre categorías masculinas y femeninas debido a la clara ventaja física que los hombres tienen sobre las mujeres, otra razón por la que se originan las relaciones adversarias entre hombres y mujeres.

Estas relaciones adversarias se originan desde el principio, cuando se generó una relación de dependencia que nos llevó a desarrollar estrategias para conseguir y mantener a los hombres a nuestro lado, haciendo que hicieran lo que nosotras queríamos. Muchas de estas estrategias se basaron en la manipulación, buscando obtener poder y control físico y financiero sobre ellos de cualquier manera posible.

Sin embargo, gracias al progreso tecnológico, esta situación ha cambiado. La industrialización y los avances tecnológicos han eliminado nuestra necesidad de depender de la fuerza física masculina para sobrevivir. Ya no estamos atadas a los hombres de la forma en que lo estaban nuestros ancestros. ¿Qué ha sucedido?

La transformación del mundo del hombre y la mujer

A finales del siglo XIX, las industrias se convirtieron en la principal fuente de empleo y producción. Las familias se mudaron cerca de las fábricas, donde los hombres tenían la oportunidad de trabajar y ganar el dinero necesario para mantener a sus familias.

Durante las dos guerras mundiales, en especial la segunda, ocurrió un fenómeno que sigue transformando nuestro mundo hasta el día de hoy. La mayoría de los hombres en edad de trabajar fueron llevados al frente de batalla y las industrias se enfocaron en la producción de suministros tanto para la guerra como para mantener el sustento. ¿Quiénes tomaron el lugar de esos hombres en los puestos de trabajo? Nosotras, las esposas, madres, hijas y hermanas que, en su ausencia, siguen alimentando y dando techo a nuestras familias. Esto nos cambió para siempre. Tuvimos la oportunidad masiva de aprender oficios, trabajar, ganar dinero y mantener a nuestras familias. Nos hicimos responsables de actividades relacionadas con la supervivencia, como la producción de municiones, el transporte y la alimentación. Esto nos dio un nuevo significado e importancia.

Hasta ese momento, nuestras funciones habían sido paralelas a las de los hombres. De repente, nos vimos a cargo de lo más básico y fundamental para la vida y también para naciones enteras. Formamos parte de un propósito más grande que nosotras mismas y nuestros hogares. Contribuimos a la defensa de nuestras naciones y a los ideales colectivos que las motivaban. Nos sentimos importantes y capaces.

La fricción de la vuelta a la normalidad

Sin embargo, al finalizar la guerra, nuestros hombres regresaron, en algunos casos abatidos y buscando recuperar la normalidad, mientras que en otros casos no regresaron. Muchas de nosotras necesitamos seguir trabajando y otras no queremos volver a ser solo amas de casa. Esto generó resistencia en algunos contextos familiares y sociales. A pesar de que en cada vez más países se nos permitía votar, estudiar carreras universitarias y se nos reconocían derechos que hace dos siglos eran impensables, percibimos esta resistencia como una afrenta. Nos sentimos juzgadas, insultadas y consideradas incapaces.

Nosotras queríamos cambiar la estructura laboral, pero no teníamos la experiencia, ni el conocimiento necesario para hacerlo. Ellos se sintieron amenazados y escépticos. Esta combinación de necesidad de normalidad y resistencia nos llevó a un enfrentamiento sin solución. Los hombres pasaron a ser vistos como el enemigo.

Pero en nuestros corazones amamos a los hombres, ya que son nuestros padres, hermanos e hijos. Fue difícil y doloroso enfrentarlos. Por eso, decidimos elegir un campo de batalla diferente: el intelecto. Comenzamos a cambiar la forma en que pensábamos acerca de los hombres para que pudieran servir a nuestra causa. Necesitábamos invalidarlos a ellos y validar a las mujeres, creyendo que éramos superiores a los hombres. Sentimos que esta era una respuesta natural al insulto que percibimos de su parte, lo que también fortaleció las relaciones adversarias entre hombres y mujeres .

Si alguien te insulta y lo menosprecias lo suficiente, el insulto duele menos. Si admiras a alguien y te insulta, te duele. Pero si consideras que esa persona no vale la pena, sigues adelante como si nada hubiera pasado. Combinamos estos insultos percibidos con los verdaderos maltratos y ofensas cometidos por algunos hombres. Además, aprovechamos nuestra capacidad femenina de “correr la voz», lo que llevó a una nueva percepción de los hombres. Desarrollamos un pensamiento crítico sobre todo lo que los hombres hacían, porque necesitábamos demostrar que las mujeres éramos mejores.

Así comenzó medio siglo de lucha constante para tener el derecho de hacer las cosas que «parecían importantes». Queríamos realizar cualquier trabajo, profesión, oficio o actividad que consideramos relevante, y eso está bien. ¿Por qué no deberíamos tener ese derecho?

La revolución

Fue en la década de 1950 cuando estalló el movimiento de liberación femenina, que junto con métodos anticonceptivos cada vez más seguros, nos impulsó a mantener las posiciones alcanzadas y buscar nuevas.

Sin embargo, gran parte de lo logrado en estos años sucedió en entornos regidos por reglas, modelos, cultura y valores masculinos. Gracias a nuestra capacidad natural de adaptación, fuimos adoptando esos modelos y valores como propios. Empezamos a competir con los hombres en su propio terreno y bajo sus propias reglas, ganando así espacios, reconocimiento y respeto que antes solo se les otorgaba a ellos. Sin darnos cuenta, nos convertimos en hombres, y lo hicimos con bastante éxito.

Si comprendemos el origen de nuestro comportamiento e incorporamos una nueva perspectiva, podremos implementar herramientas y estrategias.

Estas herramientas y estrategias nos ayudarán a establecernos desde lo femenino y reconocer y respetar la forma en que los hombres hacen lo suyo desde lo masculino.

 

Por: Monica Giraldo P
Consteladora Sistémica y Life Coach.

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