En la vida que llevamos y construimos, nos hemos acostumbrado a la inmediatez, a lo instantáneo, a que todo se tiene que hacer o tener ya. Casi siempre se premia al más veloz, al que cumple primero las metas, al más vital, al que siempre está «bien» y aprovecha al máximo su tiempo. Pero, ¿estamos escuchando la sabiduría de la vida a través de nuestro cuerpo?

Claramente no, porque cada una de estas situaciones cotidianas nos ha llevado a no respetar las indicaciones o señales que nos envía el cuerpo. Entonces, no atendemos ni nos permitimos sentir, en medio de nuestra agitada vida, la sed, el calor, el dolor, el cansancio; hasta tal punto que no somos capaces de reconocer que eso está sucediendo.

Un patrón que hemos aprendido y que ha pasado de generación en generación.

Cuando un niño se cae y se lastima la rodilla, la mamá le dice:

«Tranquilo, mi amor, no pasó nada, eso no es nada; mira, ya sanó».

Y ese es un mensaje que el niño asimila, en un acto de introyección, de la siguiente manera:

«Lo que siento no es cierto, no está bien sentir el dolor por mi rodilla lastimada, no está bien sentir lo que estoy sintiendo».

Esta situación se refuerza con un mecanismo que la mente ha creado como estrategia para sobrevivir y es el de deshacernos de todo lo incómodo, de todo lo que cause malestar. Esto sucede porque la sensación incómoda de dolor, de malestar o de sufrimiento es igualada con la sensación de morir, entonces la mente «bloquea ese sentir», ayudada por el recuerdo de que «no pasa nada», aunque si esté sucediendo algo, y lo que en verdad está ocurriendo es que nos negamos a sentirlo.

De ahí que ante cualquier síntoma como dolor, fiebre, sudoración, inflamación, etc., nos llenemos de miedo y empecemos a pensar, por ejemplo:

Sí, estoy sintiendo esto, es algo, por qué a mí, me atacó, cometí un error, enfermé, me cayó una maldición, por mi mala suerte.

Esto lo heredé de mi madre o de mi padre, ¿qué fue lo que hice mal? Etc.”

El siguiente paso, como seres humanos, es buscar cualquier estrategia posible para deshacernos de eso «tan malo» que estamos sintiendo y, en consecuencia, no nos permitimos reconocer y aceptar esa realidad.

Cuando la pandemia estuvo en su punto más álgido, cualquier situación de saludo era causal de preocupación y la gente salía corriendo para hacerse un PCR y descartar que fuera coronavirus. Muchas veces aunque no tuviera sentido siquiera y, de cierta forma, fue quedando instaurado en el pensamiento:

“Tengo dolor de muela, ¿hay que hacer la prueba?”

“Tengo dolor de estómago, dolor de cabeza, afonía, me duele el oído, ¿será el covid otra vez?”

Escuchar la sabiduría de la vida a través de nuestro cuerpo nos hace más fuertes de lo que creemos.

¿Acaso somos tan vulnerables que cualquier cosa nos puede destruir?

¿Será que la vida, en todos sus procesos desde hace más de 3.800 millones de años hasta la fecha, no ha conseguido mostrarnos que ha logrado superar multitud de circunstancias?

Si observamos la historia evolutiva de la especie hasta lo que somos hoy, hemos avanzado mucho. Del hombre de las cavernas, muerto de miedo por el acecho de un depredador al Homo Sapiens que diseña y envía una nave al espacio, creo que superamos algo, aprendimos algo, evolucionado algo.

Somos eficientes en gerencia, producción, explotación de la naturaleza y de la vida, etc. Pero desconocemos el manual de instrucciones de la herramienta y el mayor recurso que tenemos, nuestro cuerpo.

Nos hemos vuelto eficientes “hacedores” desde la idea de usar para luego descartar, sin escuchar la sabiduría de esos más de 3.800 millones de años que está implícita y siempre disponible para nosotros a través de esto que llamamos enfermedad o síntoma.

Cuando compramos un celular, aprendemos a manejarlo con manual o sin él, a ponerlo bonito, funcional y estamos pendientes de cualquier falla en su sistema para llevarlo a revisar o actualizarlo.

¿Qué pasa con este equipo (el cuerpo) con el que conseguimos y disfrutamos todo lo que trabajamos?

No nos tomamos el tiempo para ver el manual.

Parece que el médico se quedó con el manual; él tiene que saber, él puede responderme porque no funciona bien.

Y no nos damos cuenta de que, a través de los síntomas o los malestares que produce una enfermedad, el cuerpo está renovando y actualizando este equipo.

Consideramos muchos de los supuestos malestares o síntomas que se producen en nuestro cuerpo como situaciones por resolver, gracias a que alguien de nuestro entorno familiar o social nos ha hecho creer que así es.

¿Y lo son?

¿Es así para ti?

¿Cuántas veces después de una mal llamada «enfermedad» o crisis de salud salimos de ella siendo seres humanos distintos? Y vemos la vida, la salud, nuestras relaciones y nuestro entorno de forma diferente.

La importancia de Escuchar la sabiduría de la vida a través de nuestro cuerpo

¿Podría ser que este síntoma o esa incomodidad sean una señal de nuestro cuerpo para pedirnos tiempo?

  • Para decirnos que paremos.
  • Para contarnos que no estamos durmiendo bien.
  • Que la relación en la que estamos ya no va.
  • Que el trabajo en el que estamos nos hace sentir amenazados.
  • Que esa decisión que tomamos no es la más benéfica para nosotros y, por ende, para el entorno y la especie.

Es por eso que aprender cómo funcionamos, cómo responde nuestro cuerpo cómo responde nuestra biología, nos da el poder de la tranquilidad.

Estar y sentirnos tranquilos es uno de los mayores regalos que nos podemos dar, porque nos genera libertad y nos fortalece. Es justo en ese momento cuando le perdemos el miedo a los síntomas o a lo que en el cuerpo estamos sintiendo y empezamos de verdad a entablar un diálogo con él y a reconocer lo que verdaderamente está ocurriendo, lo que nos permite disfrutar cada instante.

 

Por: Sibil de la Hoz
Médicos General y experta en Constelaciones Familiares.

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