Entrevista a Ton Van der Kroon En su libro El retorno del rey (ed. Vesica Piscis) Ton Van der Kroon, precursor del desarrollo personal masculino en Holanda, nos presenta un mapa para recorrer el camino que nos permita encontrar como hombres de nuevo nuestro sitio.

 

Hablamos con él acerca de la crisis de lo masculino y de las pautas que están permitiendo el surgimiento de una nueva masculinidad. Usted ha indicado que en estos tiempos mientras las mujeres están realizando un viaje hacia arriba los hombres lo están llevando a cabo hacia abajo.
¿Podría explicar este planteamiento?

 

Creo que las mujeres tienen mucho que ganar en esta época después de siglos de ser degradadas. Por primera vez en milenios tenemos una cultura en la que valoramos a hombres y mujeres por igual, o al menos lo intentamos. Así que las mujeres encuentran su fuerza y ganan poder, mientras que los hombres tienen que desprenderse de su poder y de su estatus, para lograr el equilibrio. El patriarcado está a la baja; las religiones patriarcales, la economía patriarcal, la política patriarcal, ya han tenido su época. Necesitamos ecología, y un nuevo equilibrio entre la energía femenina y la masculina. Si no, no sobreviviremos. No podemos seguir como antes, eso seguro. “Las mujeres encuentran su, fuerza y ganan poder, mientras que los hombres tienen que desprenderse de su poder y de su estatus, para lograr el equilibrio. Necesitamos un nuevo equilibrio entre la energía femenina y la masculina. Si no, no sobreviviremos”.

 

Pero no es la comprensión de esta situación lo que hace que los hombres ‘suelten cuerda’, sino más bien las crisis individuales en las que se sienten perdidos; ¿está de acuerdo?

 

Sí, eso es verdad. Normalmente dejamos ir cuando hay una crisis. Necesitamos pasar por un divorcio, o una crisis nerviosa, o una enfermedad, para darnos cuenta de que no podemos seguir de la misma manera. Normalmente los hombres podemos ser muy perseverantes rayando en la tozudez, así que bajar la cabeza y dejarnos llevar no es nuestra mayor virtud: es algo que necesitamos aprender y practicar. En el viaje a las profundidades que Vd. plantea, es inevitable el encuentro con el salvaje.

 

¿Puede explicarnos esta figura y qué papel juega en el reencuentro del hombre consigo mismo?

 

El hombre salvaje es una especie de chamán occidental. Está en contacto con la naturaleza, con nuestra naturaleza interior y con las raíces de la vida. Hemos olvidado nuestras raíces. Ya no estamos en contacto con la naturaleza. En la escuela los niños aprenden a comportarse y a ser ‘buenos chicos’. Pero eso no es lo que los convierte en verdaderos hombres. Así, no se encontrarán a sí mismos: solo se comportarán bien o mal. Necesitamos una masculinidad auténtica, hombres que tengan conocimiento de sí mismos y sepan lo que es estar solo, ser espontáneo, ser cariñoso y ser sabio. El salvaje es un iniciador en los misterios de la vida misma. Nos adentra en el oscuro bosque del alma, adonde nadie ha ido antes. En nuestra sociedad necesitamos más hombres en contacto con su naturaleza salvaje, para que guíen a los chicos jóvenes y les hablen de la vida. En nuestra sociedad occidental, ¿quién o qué podría ejemplificar al hombre salvaje?

 

Podría ser un mentor o un profesor quien acompañe a los jóvenes. Alguien que ve el potencial que hay en la gente joven y que se preocupa por ellos. Ya tenemos suficientes ejemplos que nos enseñan éxito, ambición o conocimientos, pero necesitamos más hombres mayores que enseñen a los jóvenes la sabiduría de la vida, el frenar, la reflexión, el duelo y aprender a enfrentarse al dolor y al fracaso. Sin pérdidas no hay ganancias. Existe por otra parte la antípoda del salvaje, que es el hombre que no se atreve a tomar su poder.

 

¿Cómo se ha llegado a esta situación?

 

En Europa hemos crecido después de dos guerras mundiales, en las que se perdieron generaciones enteras de hombres. Así que mi generación ha tenido que hacer frente a una generación de padres lisiados, ausentes, rotos emocionalmente, espiritualmente y socialmente. Estaban heridos y, como tales, no podían ayudarnos a convertirnos en hombres adultos: padres ausentes, hijos perdidos. Así que nosotros estamos viviendo en una sociedad de chicos perdidos, que intentan comportarse. Es muy doloroso. No por fuera, sino por dentro. Los estragos de la guerra siguen estando, en silencio, dentro de muchísimos hombres. En el trabajo que hago, yo veo este dolor en los hombres; sale a borbotones cuando les preguntas cómo era la relación con su padre: no lo saben. No había relación: solo había vacío, o una sensación de ineptitud, pérdida o mal entendimiento. No había ningún vínculo entre padre e hijo, ninguna conexión espiritual, y por eso vemos a muchos hombres que son incapaces de encontrar su poder: o se convierten en el típico macho o en unos blandengues, porque les ha faltado un ejemplo sano de paternidad y masculinidad. Pero las guerras mundiales están muy lejos; tiene que haber otros factores importantes… En realidad no están tan lejos: los padres de mi generación nacieron o en el período de entre guerras o durante la Segunda Guerra Mundial y en España hubo la Guerra Civil. Nuestros padres sufrieron el dolor emocional de crecer en una zona de guerra. Mi padre tuvo que luchar en Indonesia. Y sus cuatro hijos jóvenes, nosotros, vimos y vivimos los resultados: mi padre se quedó emocionalmente estancado en la guerra y nunca salió de ella. Le costó toda la vida. Así que nosotros somos lo que llaman las “víctimas de la segunda generación”. Por fuera no parece que haya ningún problema, pero espera a cavar un poco más hondo: hay ingentes cantidades de dolor y de vacío. Se tarda generaciones en curar las heridas del alma. En esto no existe un arreglo rápido. Uno de los obstáculos para asumir el propio poder es el papel de la madre.

 

¿Puede explicarlo?

 

Cuando el padre está ausente la madre intervendrá y se convertirá en padre y madre a la vez; intentará llenar el vacío, siéndolo todo para su hijo. Pero un niño tiene la necesidad del padre (como las niñas, naturalmente; pero en esta entrevista centrémonos en los hombres); necesita entender la naturaleza física de los hombres, el humor, la audacia, la intrepidez, los fracasos, las historias de los hombres. Vd. ha dicho que, si bien es cierto que una gran dificultad del hombre es liberarse del ascendente de su madre, un reto mayor aún es reencontrarse con el padre.

 

¿Qué significa reencontrarse con el padre y cómo puede llevarse a cabo este reencuentro?

 

Hay un proverbio que dice que el ser humano nace tres veces: una, de la madre; una, del padre; y otra, del Yo. Pues bien, los rituales de la pubertad al pasar de niños a hombres se refieren a este segundo nacimiento: necesitas soltarte de la madre, que te dio la vida (el nacimiento físico), para encontrar tu propio género y tu propia misión. Ahí es donde entra el padre.

 

Pero cuando él está ausente ¿cómo encuentras tu propio género?

 

Crearás tu propia iniciación, a través de las drogas, de la violencia o de la depresión, pero es muy difícil. Necesitas un mentor o un padre que te enseñe el camino hacia una masculinidad sana. Así es como se hacía en los viejos tiempos. Pero nosotros hemos perdido esta sabiduría de la iniciación. Nos hemos vuelto muy pobres espiritualmente. Los sacerdotes no nos enseñarán lo que significa ser hombre; me temo que no lo saben ni ellos. “En la escuela los niños aprenden a comportarse y a ser ‘buenos chicos’. Pero eso no es lo que los convierte en verdaderos hombres. Necesitarnos una masculinidad auténtica, hombres que tengan conocimiento de sí mismos y sepan lo que es estar solo, ser espontáneo, ser cariñoso y, ser sabio”. Vd. afirma que existe un rey dentro de cada uno de nosotros.

 

¿Cómo debemos entenderlo?

 

El rey es el corazón; es el centro de nuestro ser, la sede del alma. Es donde conectamos con la esencia de quienes somos. Si escuchamos a esa esencia, al alma, estamos en equilibrio; la vida fluye; el rey está vivo. Pero cuando no vivimos de acuerdo a nuestra alma perdemos ese equilibrio: nos ponemos enfermos, nos estresamos o nos volvemos infelices; perdemos la alegría y la sabiduría que teníamos de niños y de niñas. Ahora esto pasa en la mayoría de las vidas: perdemos al rey; el rey es asesinado, está enfermo o ausente, o se convierte en un tirano. Esto se refleja en nuestro trabajo, nuestra familia, nuestra sociedad, nuestra política, nuestras iglesias. Sin rey, nuestra vida se convierte en una tierra yerma.

¿Qué debería hacer el rey para recuperar su trono?

Tenemos que realizar una búsqueda del alma: ¿Qué es lo que queremos de verdad? ¿Qué nos hace felices? ¿Qué es lo que nuestra alma quiere de nosotros? ¿Cuál es nuestra misión en la vida? ¿Realmente estamos haciendo lo que necesitamos hacer? ¿O solo estamos cumpliendo con las expectativas de nuestros padres, de la sociedad, de nuestra esposa o de nuestro jefe? ¿Dónde está nuestra autenticidad? Esas son las preguntas que necesitamos hacernos para volver a tener al rey en el trono.

 

Vd. ha descrito otros arquetipos, aparte del rey y del salvaje: el amante, el bufón, el guerrero, etc. ¿Indican etapas que debemos transitar cada uno de nosotros, o tipos psicológicos con los que nos vamos a identificar con prioridad?

 

Estos arquetipos son aspectos del alma. Forman parte de nosotros, de cada uno de nosotros. Por ejemplo en cada hombre hay un amante. Este arquetipo lo tenemos muy a mano para explorarlo: ¿cuál es nuestra forma de amar? ¿Cómo tratamos el tema de la sexualidad, de la sensualidad, de la intimidad? ¿Aceptamos al amante que llevamos dentro? ¿Disfrutamos de nuestra lujuria de una forma amorosa, no de una forma agresiva o negándola? El falo de un hombre es un fenómeno de lo más misterioso; tiene vida propia. Es, por un lado, frágil y, por otro, muy potente, vibrante de vitalidad, de ansias de vida. ¿Cómo nos relacionamos con él? ¿Lo honramos o nos avergonzamos de él e intentamos controlarlo? Simboliza la esencia misma de nuestra masculinidad; puede ser glorioso y donador de vida, pero al momento siguiente está acabado; se encoge y se queda en casi nada. Estos dos opuestos de nuestra vida necesitamos honrarlos. Si no, tendremos que enfrentarnos a las consecuencias. La energía arquetípica, como la energía sexual, jamás puede ser ignorada ni apartada, porque entonces sale de una forma más oscura y negativa.

 

¿Cómo invitaría Vd. a retornar al trono del corazón a quien no recuerda el tesoro que se halla allí?

 

Reencontrar tu corazón es como entrar en un laberinto; es un viaje complicado hacia el corazón del laberinto. No se puede encontrar en un taller de fin de semana titulado ‘Abre tu corazón’. Es un viaje largo y nunca se acaba. Pero por el camino empiezas a disfrutar de la aventura de la vida, empiezas a apreciar los momentos de belleza, e incluso los momentos de tristeza o de dolor, o de desastre, y después, poco a poco, el corazón cobra vida; despierta de un sueño largo y triste. Cuando el corazón cobra vida, es el tercer nacimiento: nacemos del Yo. Nos volvemos dueños de nuestra vida, no porque podamos controlarla, sino porque sabemos servir y dejar ir. Este es el misterio: para convertirnos en un hombre tenemos que desprendernos de todo, y rendirnos a una fuerza superior. Como dice Yoda, el mentor de Luke Skywalker en La guerra de las galaxias: “Que la fuerza te acompañe”. Esta fuerza, esta energía divina es lo que nos convierte en maestros; no el ego: el ego nos hace seguir siendo pequeños. En las tribus y culturas ancestrales existían rituales de iniciación en el paso del joven a adulto.

 

¿Puede explicar algo acerca de estos rituales?

 

Los ritos de iniciación siempre tienen tres fases: Primero tienes que desprenderte de la vieja forma de vida. En nuestra época esto se da a través de una enfermedad, un divorcio, del dolor o de un accidente. Este es el momento en que sabes que ha empezado la iniciación; empieza con dolor. Puedes felicitarte. La segunda fase es la transformación: tendrás que rendirte al camino del alma, igual que la oruga necesita abandonar su forma para convertirse en mariposa. La tercera fase es cuando adoptas la nueva forma y vuelas: necesitas integrar e incorporar la transformación a un nuevo modo de vida. Que el rito de iniciación se realice a una edad temprana es muy útil para que los jóvenes encuentren su camino en la vida. Entonces ya están conectados con su alma, y saben para qué están aquí. “Ya tenemos suficientes ejemplos que nos enseñan éxito, ambición o conocimientos, pero necesitamos más hombres mayores que enseñen a los jóvenes la sabiduría de la vida, el frenar, la reflexión, el duelo y aprender a enfrentarse al dolor y al fracaso. Sin pérdidas no hay ganancias”. “Hay un proverbio que dice que el ser humano nace tres veces: una, de la madre; una, del padre; y otra, del Yo. Los rituales de la pubertad al pasar de niños a hombres se refieren a este segundo nacimiento: necesitas soltarte de la madre para encontrar tu propio género y tu propia misión. Ahí es donde entra el padre”.

 

¿A qué han quedado reducidos estos rituales en nuestras sociedades occidentales?

 

En mi época se decía: «El ejército te hace un hombre.» Pero yo no lo creo. La iniciación que se da en un ejército toca el arquetipo del guerrero, pero omite la sabiduría espiritual de la iniciación. Crea robots o machos. Se necesita saber luchar, pero no saber matar. Eso es un malentendido. Un guerrero espiritual es algo distinto a los hombres que mandamos a Afganistán o a Irak; estos están perdidos: todavía necesitan comportarse, y este comportamiento aniquila su propia alma, porque tienen que hacer cosas que van contra la vida. Un guerrero espiritual, o un guerrero del corazón, lucha por la vida, no contra ella. Necesitamos, definitivamente, guerreros del corazón. Y yo creo que los jóvenes están pidiendo a gritos que se les inicie en esta forma de vida, que hace que valga la pena vivir. “El dolor de los hombres sale a borbotones cuando les preguntas cómo era la relación con su padre: no lo saben. No había relación: solo había vacío, o una sensación de ineptitud, pérdida o mal entendimiento. A estos hombres les ha frutado un ejemplo sano de paternidad y masculinidad”.

 

¿Es la ausencia de los ritos mencionados una de las claves para comprender los traumas y las dificultades íntimas del hombre adulto?

 

En nuestros días la vida se convierte en la iniciación ritual, al carecer de los ritos de pubertad. Tenemos que pasar a tropezones por el dolor, por el divorcio y el fracaso para entender nuestro sendero de vida. Como sociedad en general nos enfrentamos a los ángulos muertos de nuestra conducta y tenemos que pagar el precio. Hemos perdido el misterio de la vida en la Tierra; hemos intentado venderlo, controlarlo, explicarlo o matarlo. En nuestras universidades estudiamos la vida, pero la vida no es algo para estudiar: es para vivirla. No podemos separarnos de lo que somos, de la naturaleza, de la Madre Tierra, del amor. No podemos crear nuestro pensamiento al margen de los problemas. Tenemos que abrazar la vida en su totalidad y darnos cuenta de que nosotros solo somos parte de un gran Misterio. Nosotros somos el Misterio. Y no hace falta resolverlo: solo tenemos que honrarlo y disfrutarlo. De eso trataban los viejos ritos de iniciación: de honrar el misterio y la magia de la vida. Es lo que hoy día se encuentra en las películas de Harry Potter; a los niños les encanta, porque les habla de estos valores que no se aprenden en la escuela.

 

¿Cómo se le ocurre que podemos asumir, en las sociedades modernas, el papel de los antiguos rituales?

 

Creo que es importante que empecemos a apreciar otra vez el papel de la naturaleza como una de nuestras maestras. Podemos llevar a los niños pequeños a la naturaleza y enseñarles a escuchar. Como padres podemos llevar a nuestros hijos de excursión y estar con ellos haciendo fuego, cocinando, hablando, durmiendo, superando dificultades. No es tanto hablar como, también, experimentar estas maravillas de la vida. Los chicos necesitan estar en presencia de su padre: necesitan ver cómo camina, cómo habla, cómo se mueve, cómo se las arregla con la vida en general. Eso es lo que les hace entender. Así es como se empieza.

 

¿Qué me puede decir de la figura del iniciador o tutor, que acompañaba al joven en su paso a adulto? ¿Quién nos puede iniciar en nuestras sociedades?

 

En las sociedades antiguas había hombres (así como mujeres) que tenían la función específica de guiar el alma. Se les puede llamar mentores, o chamanes, o sacerdotes. Conocían la naturaleza misteriosa de la vida, las otras dimensiones del alma, al dios o la diosa, al espíritu de la naturaleza y las reglas y los límites del mundo espiritual. Sabían viajar entre esta realidad y la otra, el mundo invisible. Hoy día no hay mucha gente que entienda esto; a este mundo invisible lo llamamos mito o cuento de hadas. Hablamos de Dios, pero me temo que para la mayoría de la gente no es más que un concepto; no es una realidad viva. Y muchas veces, como nos enseñan nuestras religiones, intentamos enmarcar a Dios en una caja muy estrecha y negamos la complejidad espiritual del mundo invisible.

Y las mujeres ¿qué papel pueden jugar en el camino del hombre hacia su redescubrimiento?

 

Las mujeres llevan mucho tiempo intentando arreglar a los hombres, pero no funciona: son los hombres los que tienen que arreglarse a sí mismos. Ellas pueden ofrecerles la libertad de hacerlo, y muchas veces son las mujeres las que dejan libre a un hombre para que vaya a la búsqueda de su autodescubrimiento. Ellas pueden ver su gloria, pero también sus faltas y sus puntos débiles. Pero se vuelve peligroso cuando ella intenta hacerle cambiar para que se convierta en algo que a ella le gustaría. Muchas veces se involucran demasiado y les gustaría que se llenara su propio vacío. Pero aquí cada sexo tiene que hacer su propio trabajo.

 

Al final, ¿hacia qué tipo de masculinidad estamos yendo? ¿Cómo la definiría?

 

Yo veo que está surgiendo una nueva masculinidad; es suave y firme a la vez; se responsabiliza (de la Tierra, de la naturaleza, de los hijos, del futuro), pero también puede ser bromista y alegre, y no demasiado seria. Una masculinidad que honra lo femenino y respeta su sabiduría; que sabe luchar por las cosas verdaderamente valiosas de la vida, cosas que son frágiles y por las que vale la pena luchar; no se trata de una lucha contra algo, sino de luchar por algo. Una masculinidad que respeta las diferencias, que respeta otras culturas, otras religiones, y al mismo tiempo está arraigada y orgullosa de su propia tradición y cultura. La nueva masculinidad tiene que ver con el todo, lo completo; no con la perfección, ni los conflictos, ni la dualidad. Es equilibrada y sabia.

 

¿Es necesario que este camino vaya acompañado también de una redefinición de la feminidad?

 

Sí, yo creo que sí, pero creo que esta es la tarea de las mujeres: ellas encontrarán una nueva forma de ser femeninas y dejarán atrás las viejas formas de feminidad. Al final sería precioso que pudiéramos llegar a una verdadera igualdad, que no significa ser iguales, sino respetuosos cada uno con el papel del otro.

 

A quien quiera ahorrarse el trabajo pensando en la androginia, en que la solución está en la dilución de las fronteras entre hombres y mujeres, ¿qué le diría?

 

Puedo entender que algunas personas quieran librarse del juego de poder entre hombres y mujeres e intenten superar todo el problema eligiendo la androginia, pero creo que es un error: necesitamos la polaridad, los dos polos de la masculinidad y la feminidad, para jugar, para bailar, para crear, para concebir bebés, para hacer el amor y gozar de los frutos de la vida. Solo entonces, al honrar las diferencias, encontraremos la unidad, más allá de la forma física. “Cuando el corazón cobra vida, es el tercer nacimiento: nacemos del Yo. Nos volvemos dueños de nuestra vida, no porque podamos controlarla, sino porque sabemos servir y dejar ir. Este es el misterio: para convertirnos en un hombre tenemos que desprendernos de todo, y rendirnos a una fuerza superior”.

 

Una redefinición positiva de la masculinidad y la feminidad ¿traerá un nuevo equilibrio de la Humanidad con la Tierra?

 

Yo creo que sí; sí. Es la polaridad básica. Necesitamos un equilibrio entre los valores masculinos y femeninos. Ambos son importantísimos, pues cuando no hay un equilibrio saludable las cosas empiezan a estropearse: cuando valoramos a un Dios padre que está en el Cielo por encima de la Diosa madre, vinculada con la Tierra, creamos un mundo desequilibrado; cuando ponemos la masculinidad por encima de la feminidad, o al revés, creamos caos y desorden. La Tierra necesita, definitivamente, un nuevo equilibrio, y somos nosotros los que tenemos que crearlo. «Nosotros somos aquellos a los que hemos estado esperando», como dicen los hopi. No serán los políticos, ni los científicos, ni las empresas los que salvarán la Tierra; seremos nosotros. Tenemos que hacerlo. Tampoco creo que vayan a venir alienígenas a salvarnos en el último momento: si están ahí, probablemente estén esperando a que empecemos a hacer algo respecto al lío en el que estamos metidos.

 

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